Nuestra actualidad histórica contemporánea está marcada por crecientes crisis y desafíos, los cuales interpelan nuestro sentido del mundo que nos rodea y del cual somos y hacemos parte. Crisis como la climática-medioambiental, epidemiológicas, bélicas, de polarización y conflictos internos, psicológicas, económicas y de distribución de recursos, de impactos tecnológicos y muchas otras dinámicas paralelas multidimensionales que nos reclaman como ecosistema, como especie, como sociedades, y como personas.
Todo lo que se investiga debe ser compartido porque no hay utilidad para el conocimiento que se queda guardado a siete llaves. Un estudioso o un intelectual no sólo debería conocer distintas maneras de leer la sociedad, tiene la importante misión de saber comunicarse con ella. Si bien en las universidades nos orientan a publicar artículos como forma de divulgación de las indagaciones o de nuestras ideas, es evidente que la penetración de las revistas académicas queda restringida a un círculo muy pequeño de lectores. En este sentido, más que ser leído, la intención suele ser “rellenar el CV” o “tener prestigio” a partir de “publicaciones indexadas”. Pese a que yo también he recorrido ese camino en mi brevísima trayectoria académica, las veces en que más he compartido reflexiones y debatido sobre mi investigación han sido charlando, sin pretensiones, con gente que se ha interesado por lo que tenía que decir.