El último timador de la información
Claas Relotius llevaba siete años en el semanario Der Spiegel, uno de los medios más reputados de Alemania y de referencia en toda Europa. En ese tiempo pasó rápidamente de ser un colaborador eventual e independiente a convertirse en una de las firmas en plantilla más insignes del medio. Hasta que llegó la crisis migratoria en la frontera entre México y Estados Unidos. Entonces Der Spiegel le encargó que, sobre el terreno, elaborara un reportaje conjunto con Juan Moreno, un español que creció en Alemania y que ejercía de freelance adjunto al semanario.
La idea era que Moreno contara el viaje de uno de los migrantes que pretendían llegar a Estados Unidos y que, al mismo tiempo, Relotius conviviese con una de las milicias populares que intentan frenar la llegada de simpapeles. Cuando éste le envió a su compañero un primer borrador con su texto, a Moreno le rechinaron algunos detalles que, sin éxito, reportó al equipo de comprobación de datos de su medio. El tamaño de las irregularidades impulsó al reportero español a indagar por su cuenta durante más de un mes, hasta que sus fundadas acusaciones recibieron pábulo y quedó revelado el embuste. Ya era tarde; Jaegers Grenze ya estaba publicado.
Relotius consiguió burlar, al menos en 14 de sus piezas, a un equipo de verificadores de datos compuesto por 60 personas. A finales del pasado diciembre fue reconocido como el autor del mejor reportaje de 2018 por una historia sobre un refugiado sirio. Un poco antes la cadena de noticias CNN también lo había galardonado como periodista del año. Tras las averiguaciones de Juan Moreno, confirmadas con estupor por Der Spiegel, el semanario admitió el fraude de Relotius, lo despidió y reconoció los fallos de su equipo de verificación. Ahora, y hasta que finalice la investigación del caso, todo lo firmado por Relotius, a pesar de continuar en la página web del medio, está acompañado de un mensaje que advierte al lector de que el contenido podría ser falso.
El niño heroinómano que emocionó a EEUU
Aún más traumático fue para The Washington Post descubrir en 1981 que Jimmy’s world, un lacrimógeno reportaje sobre un niño negro de ocho años adicto a la heroína desde los cinco, era resultado de la inventiva novelesca de su autora, Janet Cooke. La vida del ficticio Jimmy en un barrio de Washington D.C. llegó a engañar al jurado del premio más notorio del mundo periodístico y, en abril de ese año, Cooke fue la primera mujer de color en ganar el Pulitzer. En el diario tampoco sospecharon porque la autora se había escudado en no revelar la identidad de las fuentes ya que, dijo, había sido amenazada por los narcotraficantes del entorno del menor.
Poco después las inexactitudes volvieron a jugar en contra del mentiroso aunque, a diferencia del caso Relotius, aquí los datos erróneos nacían en el currículum de la propia Cooke. The Blade, un periódico de Toledo (Ohio) donde la periodista había trabajado, quiso hacer una historia sobre su antigua empleada. Esa misma mañana en el Blade se encontraron con el teletipo que adelantaba la reseña biográfica de la ganadora del Pulitzer y descubrieron que no tenía nada que ver con las referencias que ellos tenían en sus registros. Mientras que en el Post figuraba que Cooke era graduada cum laude en una universidad privada de Nueva York, en la cabecera de Ohio constaba que solo había cursado un año en dicho centro y que, al final, se había graduado en Bellas Artes en la Universidad de Toledo.
Janet Cooke en la redacción de 'The Washington Post' | Associated Press.
The Blade informó a Associated Press —la agencia difusora del teletipo— y los teléfonos del Post empezaron a sonar. Tras varias horas de interrogatorio por parte de sus jefes —al mismo tiempo el periódico destinó personal para que buscara a Jimmy—, Janet Cooke confesó: “No hay Jimmy. Fue una fabricación. Quiero devolver el premio”. Cooke fue despedida y The Washington Post publicó una sentida rectificación. Hoy, el reportaje está digitalizado y colgado en la web, pero debajo del título una nota avisa de que el contenido no se ajusta a la verdad. Este fue el primer gran escándalo moderno de fraude periodístico. El caso fue difundido y su protagonista llegó a ser muy conocida. No obstante en Estados Unidos, donde el periodismo se concibe como algo intachable y sagrado, la credibilidad de los medios encajó un importante golpe.
Un embustero en The New York Times
El tercero de los episodios, otro de los grandes engaños mediáticos contemporáneos, también fue muy sonado. Tras más de 150 años de historia, The New York Times se topó por primera vez en 2003 con que uno de sus redactores, Jayson Blair, había plasmado invenciones y cometido plagio reiteradamente en sus reportajes durante el lustro que llevaba trabajando allí. Igual que Relotius, Blair era el perfil de cronista joven —27 años— y con ambición que medró rápidamente en el organigrama del periódico por la aparente calidad y gancho de sus piezas. Desde la dirección acordaron que debía estar en la sección de información nacional. Fue entonces cuando Blair comenzó a cometer unos errores que el reportero achacó primero a problemas personales, pero que después no pudieron excusarse de ninguna manera.
Del mismo modo que para Claas Relotius fue la historia en la frontera entre México y EEUU, y para Janet Janet Cooke el relato sobre el niño heroinómano, el epitafio profesional de Jayson Blair mostraba a la madre de un soldado estadounidense desaparecido en Irak: una narración directamente plagiada del San Antonio Express-News, cabecera de Texas. La luz roja empezó a parpadear frenéticamente en el Times que, en una resignada noticia explicativa y autocrítica, llegó a la conclusión de que al menos 36 de los más de 70 trabajos de Blair en el diario neoyorquino estaban manifiestamente adulterados.
Sin controles infalibles
Estas tres anécdotas suponen tres de las muestras más conocidas de fraude periodístico por haberse dado en tres templos mundiales de la información. A pesar de que los medios con la entidad del Spiegel, el Post y el Times poseen nutridos —y efectivos— equipos de verificadores de datos, existen grietas indetectables por las que los tramposos consiguen colar su mala praxis. Estas rendijas, más que con la constatación de hechos, tienen que ver con la honestidad. Janet Cooke, por ejemplo, se hubiese ido a casa con su Pulitzer si no hubiese mentido en el currículum.
En este tiempo de fake news (noticias falsas) es necesario que esa verificación sea mucho más exquisita. Aunque siempre haya periodistas deshonestos que intenten llegar a la gloria haciendo trampas, pillarlos sigue siendo menos malo que no hacerlo. Como decía el legendario redactor polaco: “Los cínicos no sirven para este oficio”.