Quienes han estudiado Periodismo bien saben que no existe carrera más desmotivadora. La ilusión desmedida del adolescente idealista que entra por primera vez en un aula y cree que en unos años va a dinamitar los cimientos del poder a través de la palabra se topa con el rictus mortal de algunos docentes que bien harían en replantearse su propio futuro. Éstos no paran de repetir que ser periodista implica hacer un sacrificio sobrehumano, padecer horarios extenuantes y sufrir la precariedad laboral, y que ese purgatorio o crucifixión sólo sirve para acabar chupando horas y horas en un despacho de universidad o, peor aún, en un gabinete de comunicación. "El futuro está en los gabinetes de prensa", me dijeron una vez. ¡Toma ya! Nos cuentan que los que pasan por el aro y encadenan contratos basura llegan fatigados a la edad adulta preguntándose siempre lo mismo: "¿Para qué diantres escogí esta carrera?". Un tiro de gracia sería más alentador. Al menos ahorraría sufrimiento. Y dinero.
Esa es la película de terror que nos pintan ciertos profesores. No han entendido que el "éxito" de cualquier profesión no se erige sobre el dinero, la fama o el prestigio, falsa idea de triunfo, ni tampoco sobre el martillear una y otra vez con la cantinela de que "sólo sobreviven los mejores" con afán de incentivar una competitividad enfermiza. Al contrario: ese supuesto "éxito" se cimenta sobre la ilusión y el empeño que demuestran en su profesión quienes practican tal o cual oficio y lo enseñan de forma apasionada, como si les fuera la vida en ello. Un periodista sin amor al conocimiento, a la palabra, a la verdad, al porqué detrás de cada historia, es como un actor sin sensibilidad hacia el arte o un filósofo al que poco le importan los misterios de la existencia. Ninguno de ellos creará nada que no sea pura fruslería y baratijas que, con suerte, podrán vender a buen precio en un mercadillo de segunda mano.
Constancia, sacrificio e ilusión: sin esos tres pilares nadie sobrevive en la jungla mediática. La última, la ilusión, la más importante de todas ellas, gasolina que alimenta las dos primeras, la enseñan poco en la Universidad. Seamos realistas: por supuesto que el camino es tortuoso, está lleno de incertidumbre y, a veces, de puestos de trabajo que no pasarían los estrictos cortes de una inspección laboral. Hace falta advertir a aquellos arrogantes advenedizos con ansias de convertirse en Woodward y Bernstein de que esta no es una profesión fácil para débiles o ignorantes, y mucho menos para cínicos, por citar al periodista más mentado en la carrera. Sin embargo, el espeluzne con el que a veces se vislumbra el futuro profesional de los profesionales de la comunicación es tan exagerado como ridículo. En algunos casos, ese repiqueteo depresivo incita a la deserción prematura. Cada vez que me encontraba con el típico profesor o profesora –la amargura no entiende de sexos– que no paraba de repetirnos la cantinela de "mejor haber escogido otra carrera", el escalofrío derivaba en irritación y rabia. Huid de ellos, porque hay muchos, y sólo fomentan la mediocridad y el conformismo.
Por eso siempre recomiendo contrarrestar la desilusión estudiantil con algo que hoy parece desfasado, pero que a medio y largo plazo funciona como un reloj suizo: tener un mentor. Yo lo encontré a la temprana edad de 20 años, y aún guardo una estrecha relación de amistad con él a pesar de sus 84. Al hallar un Maestro que conecta con nosotros, los periodistas tenemos la necesidad de extraer de él todos los conocimientos posibles para mantener vivo ese fuego que nunca se apaga: el anhelo de saber. Ellos son guías, faros en la tiniebla, guardianes de Verdad en un mundo de incertidumbre.
Lamentablemente, en las universidades escasean. Y las pocas veces que aparecen no todos los alumnos son capaces de distinguirlos. No obstante, de dar con un mentor o mentora, hay que arrimarse, escuchar, dejarse pegar por su vara y su cayado. Aprender. A través de su conocimiento e insistencia probablemente consigamos desarrollar el arma más poderosa para un periodista en estos tiempos de déficit de atención: la escucha activa.
¿Por qué estar a la escucha es tan importante? Porque en el camino de maduración de estudiante a periodista lo que más acelera su capacidad crítica es entrevistar a genios, a maestros, a eruditos, a humildes (también a tramposos y trileros que nos ayuden a separar el grano de la paja, pero ese es otro cuento). Algo se nos pega de los buenos artesanos y los humildes cada vez que conectamos con su mirada, sus gestos, su pasión. Nos transmiten su ilusión, chispa de amor a un oficio que retroalimenta la nuestra. Pero para que ellos se abran y puedan desprenderse de algo que nosotros, ávidos cazadores de ideas, podamos aprehender, debemos saber ser "magos del silencio"; observadores natos capaces de radiografiar almas y extraer de ellas todo lo que estén dispuestas a ofrecernos. Y para eso se necesita, una vez más, ilusión por el oficio, pasión por conocer.
Ese tránsito de ser un joven impulsivo lleno de ideas a un periodista maduro y sosegado capaz de escuchar y entender es, quizás, uno de los procesos evolutivos más enriquecedores que existen. No es fácil: por supuesto que hay precariedad, becariados interminables y noches en vela. También momentos en los que dan ganas de tirar la toalla y dejarlo todo. No todos llegan, y otros pierden la motivación por el camino. Pero los profesionales que hoy gozan de su prestigio y nuestra admiración también han pasado por penurias similares a las nuestras. ¿Qué ha mantenido a flote a los profesionales que gozan de nuestra admiración? La ilusión. El saber, o al menos intuir, que la comunicación –humana, intelectual, periodística– es la mejor vía para descubrirse a uno mismo. A partir de ahí nos permite conocer, aprender y compartir, tres palabras que deben formar parte del diccionario esencial de cualquier periodista. Así que compañeros y compañeras, periodistas o aspirantes a serlo: si algún día os encontráis con alguien que, cabizbajo y taciturno, os dice que esta profesión “tiene pocas salidas”, haced oídos sordos. Mantened la ilusión por el oficio más bello del mundo. Soñad, cread y sacad adelante vuestros proyectos, por difíciles que parezcan. Así nacieron los grandes hombres y mujeres de la historia. Nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.