Comenzó a no salir, a obviar sus comidas favoritas en aras de cumplir esas mal llamadas dietas, a no acabarse los platos aún teniendo hambre, a engañar en casa diciendo que había cenado con amigas para no tener que hacerlo delante de su madre. A mentir tanto, que se empezó a creer sus mentiras. ¿A qué precio? El primer objetivo era perder "5 kilos" y lo logró, pero no estaba conforme. Las felicitaciones que le llegaban de su entorno por haber adelgazado sólo la incitaron a seguir y lo que inició con 5 kilos se siguió camino hasta los 10. Dormía 3 horas al día porque el hambre no le dejaba, respiraba y sentía las costillas clavándose como puñales, tenía las manos tan frías como el hielo y se le caía el pelo como al almendro las flores.
¿Cuándo llegaría el momento en que esa niña, muerta de hambre, con todo su entorno que antes se alegraba y después sentía preocupación, se daría cuenta de que no estaba bien? Fue un día cualquiera, con 17 años, al llegar a su casa, inundada por el llanto de su madre. La misma que hasta ese día consideraba como su enemiga por obligarla a cenar, la misma que la acompañaba en las comidas para evitar que la tirase sin que nadie la viera. Una madre preocupada, que lo único que quería era recuperar a su niña: la que tenía luz en los ojos y que ahora tan solo pesaba 30 kilos. Necesitaba muchos más para subsistir. Había estado en coma, moribunda y apenas podía ponerse en pie. En ese momento, se miró al espejo y despertó de una pesadilla que los medios presentaban como un sueño que debía cumplir. Perdió amigos, perdió relaciones, perdió kilos pero, lo peor de todo: se perdió a sí misma.
Con 18 años se dio cuenta de que lo que le vendían los medios era una quimera: insano e indeseado. Antes de caer en la trampa que la condenó ella amaba la comida, amaba su cuerpo y amaba su vida. Con el tiempo, mucho tiempo, con ayuda, mucha ayuda y con el apoyo de sus amigos y familia, se dio cuenta que la sociedad, las redes sociales y los medios de comunicación nos han impuesto una forma de ser, unos cánones de belleza, unas pautas a seguir para “encajar”... Aunque implique perder amigos, familia, la salud y a una misma. Esa niña soy yo, y con miedo a lo que pudieran pensar en la calle me preguntaba: ¿Cómo no voy a poder controlar algo que yo misma me he causado? ¿Cómo no voy a poder salir de algo en lo que yo me he metido? Hasta que no tocas fondo y no reconoces que estás, enferma nada cambia. Te das cuenta que has estado en un sueño del que no querías despertar, un sueño que realmente se convertiría en la mayor pesadilla que una niña de 15 años no tenía por qué vivir. Cuando vuelves a la vida, porque es así, vuelves a nacer, te das cuenta de lo bonita que es. De repente vuelven tus amigos y tu familia, porque realmente nunca se habían ido. De repente comprendes que puedes querer a alguien y que te pueden querer, pero lo más importante es que te empiezas a querer a ti misma tal y como eres. Te das cuenta que unos kilos de más no son el mayor de tus problemas; que no caber en una talla XS no es sinónimo de estar gorda y que puedes salir a comer fuera y disfrutar de una caña al sol, de un paseo por Madrid, o lo que sea, sin temor a ser tú misma. Esa niña se dio cuenta que tenía que dejar de compararse y dejar de guiarse por lo que los medios y las redes decían. Tenía que quererse, aprender a querer la vida y agradecer lo que le da: ¿Vas a desperdiciar lo que te da la vida por un espejo que te miente?
Da rabia que en esta sociedad, en estos medios y en estas redes sociales, en la que todo se comenta y se critica, sobre todo se opina, sigan sin tener voz ni altavoz las chicas y chicos que sufren trastornos de la conducta alimentaria, por ser una enfermedad infravalorada por el simple hecho de relacionarse con el físico y la comida. Entre las reacciones a esta realidad imperan este tipo de mensajes: "Está así porque quiere", "no come porque quiere", "mejor que esté así a que esté gorda"... Y da todavía más rabia que los medios aplaudan que una famosa perdió no sé cuántos kilos para meterse en cualquier vestido, o que tal celebrity esté “mejor ahora con tantos kilos menos”. ¿Y si pensamos que hay algo más allá detrás de unos kilos? ¿Y si otorgamos más importancia a la salud y menos a un estereotipo que esconde miles de trastornos y conductas que ponen en juego la vida de la gente? ¿Y si además reconocemos que las fotos están más que retocadas en los tiempos que vivimos? ¿Y si nos damos cuenta de que todo esto es también violencia estética?
Tener anorexia no es solo querer adelgazar: es un cúmulo de obsesiones que una mente perfeccionista y controladora empieza a desarrollar. Hazme caso, después del doceavo kilo que pierdes se te olvida ya por lo que empezaste y empiezas simplemente a obsesionarte con todo lo que gira a tu alrededor. Y lo peor de todo: te pierdes a ti misma. Ahora, tras muchas charlas frente al espejo, esa niña se quiere, ama la comida, se ama a sí misma y pesa 20 kilos más. Habrá días, como todos, en los que no nos vemos bien, pero está claro que es la cabeza la que nos juega malas pasadas. Trampas bien nutridas por las redes sociales y los medios de comunicación. Cuando te das cuenta de que es solo eso, que es algo que no forma parte de ti, sino que se trata de que hagas clic y te enganches, vivirás cada día como un regalo que serás capaz de disfrutar, sin remordimientos, a tu manera, y la de nadie más.