Espacio reservado para columnas, artículos críticos, sueltos y otros géneros de opinión.
">Nuestra actualidad histórica contemporánea está marcada por crecientes crisis y desafíos, los cuales interpelan nuestro sentido del mundo que nos rodea y del cual somos y hacemos parte. Crisis como la climática-medioambiental, epidemiológicas, bélicas, de polarización y conflictos internos, psicológicas, económicas y de distribución de recursos, de impactos tecnológicos y muchas otras dinámicas paralelas multidimensionales que nos reclaman como ecosistema, como especie, como sociedades, y como personas.
Las elecciones en Colombia entran en su última semana, a falta de la celebración de los comicios, el próximo domingo 19 de junio. Los candidatos son dos. De un lado, Rodolfo Hernández; de otro, Gustavo Petro. El primero es una suerte de Donald Trump a la bumanguesa. Un outsider, crítico con el establecimiento –pero al que el establecimiento apoya masivamente– y cuya campaña se ha centrado en dos aspectos fundamentalmente: la proyección de una imagen política incorrecta, casi indómita, que llega a desafiar a la misma institucionalidad y el Estado de derecho; y, asimismo, un discurso basado en la lucha contra la corrupción. Un tema que, de manera profunda, alimenta el hastío y la desafección política que predomina en buena parte de la cultura política colombiana. El otro es Gustavo Petro. Otrora militante de la guerrilla del M-19, y que, con el paso de los años, ha ido forjando una identidad política basada en la integridad, el fortalecimiento del Estado y la justicia social. Algo de lo que, aparte de su condición de senador, pudo mostrar con su alcaldía al frente de Bogotá, entre 2012 y 2015.
Todo lo que se investiga debe ser compartido porque no hay utilidad para el conocimiento que se queda guardado a siete llaves. Un estudioso o un intelectual no sólo debería conocer distintas maneras de leer la sociedad, tiene la importante misión de saber comunicarse con ella. Si bien en las universidades nos orientan a publicar artículos como forma de divulgación de las indagaciones o de nuestras ideas, es evidente que la penetración de las revistas académicas queda restringida a un círculo muy pequeño de lectores. En este sentido, más que ser leído, la intención suele ser “rellenar el CV” o “tener prestigio” a partir de “publicaciones indexadas”. Pese a que yo también he recorrido ese camino en mi brevísima trayectoria académica, las veces en que más he compartido reflexiones y debatido sobre mi investigación han sido charlando, sin pretensiones, con gente que se ha interesado por lo que tenía que decir.
Las elecciones en Colombia entran en su última semana, a falta de la celebración de los comicios, el próximo domingo 19 de junio. Los candidatos son dos. De un lado, Rodolfo Hernández; de otro, Gustavo Petro. El primero es una suerte de Donald Trump a la bumanguesa. Un outsider, crítico con el establecimiento –pero al que el establecimiento apoya masivamente– y cuya campaña se ha centrado en dos aspectos fundamentalmente: la proyección de una imagen política incorrecta, casi indómita, que llega a desafiar a la misma institucionalidad y el Estado de derecho; y, asimismo, un discurso basado en la lucha contra la corrupción. Un tema que, de manera profunda, alimenta el hastío y la desafección política que predomina en buena parte de la cultura política colombiana. El otro es Gustavo Petro. Otrora militante de la guerrilla del M-19, y que, con el paso de los años, ha ido forjando una identidad política basada en la integridad, el fortalecimiento del Estado y la justicia social. Algo de lo que, aparte de su condición de senador, pudo mostrar con su alcaldía al frente de Bogotá, entre 2012 y 2015.