Llegaste desde Sevilla a Viena, una ciudad en el centro de Europa, ¿qué sensaciones te generó este cambio cuando solo eras un joven de diecisiete años? ¿En qué momento decides que prefieres enfocar tu vida en un país como Austria?
Mi círculo era muy conservador por parte de mi padre. Yo vivía en Sevilla en el barrio del Porvenir. Sevilla era otro mundo, una capital provincial que dejé para venir a una capital europea. Aquí, en Viena, empecé a conocer gente que era totalmente diferente en cuanto a la forma de vida que había visto. Gente que no se rige por las costumbres típicas, sino que tiene su vida propia y eso es lo que más me fascinó. Me decidí pronto a venir: yo no me quería quedar en Sevilla, y cuando era adolescente no terminé de adaptarme, no me gustaba mi círculo, no me atraían las posibilidades que había, y no sabía lo que quería, pero me quería ir. Y me vine para acá, y acá ya empecé a vivir otras cosas, simplemente me metí de lleno a la vida, con sus diferentes facetas.
¿Algo que rechazas de Sevilla?
Es que todos mis compañeros tenían el mismo destino: hacer las pruebas para entrar a la Universidad, estudiar, dedicarse a algo serio y después hacer familia. El camino estaba marcado desde el nacimiento. No había mucho sitio para probar algo nuevo, a lo mejor porque había leído muchos libros de chico y quería vivir aventuras.
En cuanto a la vida social de Viena, en comparación con Sevilla, ¿qué es lo que más te gustó de este país?
Que puedes tener tu vida totalmente independiente a como la viven los demás. Eso en Sevilla es más difícil, porque uno tiene que adaptarse al estilo de vida que hay.
¿Un libro que te marcó muchísimo de pequeño?
Ehhm, pues Sandokan, también de los conquistadores. Del de Hernán Cortés me acuerdo. También muchos libros ingleses, de Rudyard Kipling. En su mayoría creo que eran ingleses de la época colonial.
¿Qué tipo de estudios cursaste? ¿En qué universidad o instituciones estuviste?
No, no tengo estudios ni hice las pruebas preuniversitarias. Los abandoné en la última etapa de instituto.
¿Cuáles son las historias humanas que más te atraen? ¿Por qué?
Me he dado cuenta de que lo que de verdad me atraen son las personas que luchan por transformar su sociedad. No por su bien propio, sino por el bien común, arriesgando su vida o su situación personal por mejorar la situación actual y por el bien de todos. Serían para mí “héroes”.
¿Por qué el documental y no otro género?
No se trata tanto del medio como del mensaje. Yo a veces pienso más en hacerme youtuber, porque esto de estar cuatro años con el mismo tema es que me aburre. También hacer directos, hacer preguntas de forma más cercana, sin tanta edición ni tanta narrativa. Lo que más me gusta es lo que hacen los blogueros de viaje que tienen una calidad estética muy grande, pero el contenido es totalmente apolítico. La tele en Austria es un barco que se está hundiendo: hay poco dinero, poca gente que lo ve y se meten mucho con el contenido.
Viajas a Israel en varias ocasiones, ¿Cómo surge esta iniciativa? ¿Qué es lo que te encuentras allá que te encandila y qué aprendiste?
En principio fui a Israel para ir a fiestas de música electrónica. En el hostal en el que me alojé conocí a unos activistas que venían de Cisjordania. Me llevaron con ellos a Hebrón y allí vi por primera vez la injusticia brutal de la ocupación israelí. Se concentra en el hecho de que los colonos y los soldados quieren echar a los civiles palestinos. Lo que iba a ser un día en Hebrón se convirtió en tres semanas. Me dejó en shock ver la injusticia y ver cómo los medios incluso lo disculpan. El conflicto palestino-israelí es muestra de una gran injusticia donde las personas pagan su precio con la vida o con sus posibilidades de vida. Ver esto me cambió, me sentí responsable y no pude mirar a otro lado.
¿Cuándo y por qué surge la idea de realizar el largometraje Namrud: Troublemaker?
A raíz de pasar varios años con activistas conocí a palestinos que vienen a Ramallah y empezamos a hacer vídeos musicales. Tenía la idea de hacer un documental que contase la escena artística en Cisjordania y la de Israel, tratando de unir esos dos mundos… estuvimos dos años intentándolo, pero no salió. Conocí a Jowan, me hice su amigo, tuve muchas charlas, hice videoclips con él, también con su hijo, que le saca de la zona de confort. Se convirtió en una figura bastante emblemática para mí. Nos quedamos con él y fue una historia un poco más personal. Ya en Viena, conocí a un productor y estuvimos años para conseguir financiación y sacar esta historia. Todo este proceso duró cinco años con muchos altos y bajos.
Ver el tráiler oficial de Namrud (Troublemaker) | Vimeo
¿Qué impresión te llevas del conflicto palestino-israelí cuando llegas?
Yo no sabía nada, ni siquiera donde estaba Palestina. En el aeropuerto me interrogaron y yo no sabía de qué estaban hablando. Descubrí la situación de humillación de un pueblo entero, o sea que lo conocí hablando con la gente. Visité un pueblo donde los colonos estaban disparando para ocuparlo y expulsar a unos pastores con los que viví… Conocí el conflicto viéndolo en la práctica, de ver lo que significa desposeer a un pueblo con alguna excusa religiosa o de seguridad, pero que en realidad consiste en quitar a los palestinos su casa y su forma de vida.
Una vez vi en un checkpoint a un soldado que obligó a una mujer embarazada a pasar por un detector de metales, aunque por ley no tenía que hacerlo porque es bastante peligroso
¿Hay algún punto de inflexión en tu forma de interpretar el conflicto?
El valor de los palestinos, concretamente, de algún niño que se atrevía a arriesgar su vida por proteger a otro. En Hebrón, por ejemplo, el hecho de no irse era un acto de resistencia. Les ofrecían incluso dinero por irse. A veces se lucha con armas, a veces sin armas.
Yo me puse entre ellos, le dije que no tenía derecho y pensé que quería matarme: me apuntó con la metralleta a la cabeza. Me metieron en la cárcel. La injusticia me revolvió mucho. Vi cómo pegaban, cómo detenían a la gente, cómo hay carreteras que los pastores no pueden usar porque son solamente ocupadas y patrulladas por y para los israelíes. Me marcó la mística de la resistencia. No me parecen causas perdidas: son imperdibles porque la gente, al fin y al cabo, no va a dejar de luchar por lo que es justo.
Se dice que el servicio de inteligencia israelí es la empresa que más trabajo da a los árabes de todo el país. Los que tiene en nómina o,más bien, los chantajea
¿Qué significado tiene para ti el término “causas perdidas”? ¿Cuánto de lo que entiendes por “causas perdidas” infiere sobre tu trabajo audiovisual?
Sobre las causas imperdibles, ¿dices? pienso que es buen material para cine, son héroes y para una buena historia siempre hace falta un poco de héroe, hace falta la parte contraria, el que no quiere que el héroe alcance su objetivo. Ese es el material típico de película. Son historias que contar porque tienen todos los materiales para que sea una buena historia. No se trata de una persona que se levanta por la mañana, sino una persona que quiere algo bueno, no solo para él sino para los suyos, son gente que lucha contra alguna forma de opresión, por alguna forma de emancipación.
¿Cómo definirías el gusto audiovisual de un vienés? ¿Hay algún rasgo o patrón?
Liberales de izquierda, gente que lucha por algo, pero que no cuestiona el sistema establecido. Se aplaude que la gente luche por algo, pero no que cambie el sistema ni las bases del Estado. En todo caso, debe mejorarlos. La violencia no está bien vista.
Estuviste filmando también en Siria, ¿Qué te llevó a grabar allí? ¿Qué buscas en el escenario del conflicto?
Cuando empezó la guerra en Siria hicimos un grupo de activistas en Viena que se llamaba “Peace in Syria”. Al principio no conocíamos nada de la guerra, pero teníamos claro que había que evitar que Siria fuese destruída. Intentamos crear un espacio donde las distintas partes del conflicto se pudieran reunir para hablar de paz, al margen de los actores oficiales. Queríamos crear círculos pacifistas de carácter neutral que involucrasen de verdad a la sociedad civil. Entre ellos, gente que ya estaba muy comprometida en contra de la guerra en Irak y gente que ya apoyaba la lucha palestina. Una vez conseguimos ver al Gobierno sirio, en Damasco. No pudimos hablar con Assad, pero sí con su mano derecha. Después fui con mi compañero a Aleppo, cuando ya estaba en plena guerra. Al entrar me pusieron un sello en el pasaporte que no me tenían que haber puesto, y pero yo dije: “Ah, mira que curioso”. Resulta que, al tiempo, cuando volvimos a Damasco, lo vieron, me interrogaron y finalmente no me dejaron entrar. También fuimos muchas veces al noroeste de Siria, donde están los kurdos, para hacer reportajes para la televisión. Aleppo es una ciudad muy grande completamente destruida por las bombas. La destrucción de Palestina está pasando quizás a fuego lento.
En cuanto a la crisis de refugiados Siria, ¿Cómo se está desarrollando en Viena la integración social y de cultura de los sirios y sirias? Tú que radicas en Viena, ¿los ves? ¿Cómo?
Cuando llegaron en 2015, una gran parte de la población austríaca demostró un gran apoyo. Hubo una manifestación con 100.000 personas en señal de apoyo a los refugiados. Se concentraban muchos voluntarios en las estaciones de tren.
Pero hay una diferencia entre Austria, en general, y la capital, Viena: es siempre una ciudad más abierta y progresista, y ayuda bastante a integrarlos. Creo que ha habido una integración relativa: han llegado 100.000 sirios, trabajando, están repartidos, no relegados a una zona pero no llegaron aquí solo por solidaridad. Lo que no se ha contado es que la economía los necesitaba: se les ha dado los trabajos que nadie quería hacer y se han bajado los sueldos de esos mismos oficios. Los sirios llegaban y estaban dispuestos a trabajar por lo que fuera. Lo normal es que un refugiado se refugie en los países cercanos…
Alemania recibió un millón de refugiados sirios y me parece que también detrás de esa decisión había interés en conseguir mano de obra dispuesta a hacer lo que otros no querían hacer
Pero en todo esto hay algo que no hemos terminado de entender. Lo mismo con Erdogan, que abre el grifo y cierra el grifo de los refugiados tal como le va con las negociaciones con la Unión Europea. Lo mismo pasa con Marruecos y España, que abre y cierra dependiendo de la conveniencia. Yo no creo que los refugiados sirios sean muy felices aquí, en un país como Austria, ni en un piso de un distrito de Viena sin saber el idioma, y con un invierno tan largo. Yo no romantizo lo de los refugiados. Tengo amigos que sí que se han adaptado rápido y saben el idioma, pero son una minoría.
Y sabiendo que las comparaciones son odiosas. Se nos presenta la crisis de refugiados de Ucrania con una urgencia y una trascendencia sin par, pese a que la del 2015, cuando la mayoría de estas personas venían de Oriente Medio, la tímida tentativa de acogerlos suscitó el rechazo de buena parte de los países europeos. ¿Qué piensas sobre esto, cómo lo ves?
Por una parte la Unión Europea les manda armas en una guerra que es imposible de ganar, y por otro lado la solidaridad ahora no sólo viene de abajo, sino que viene del Gobierno. En 2015, los gobiernos no querían solidarizarse y las personas sí. Y ahora la política llama a la solidaridad con los refugiados de Ucrania. Creo que con eso saca rédito político y que los refugiados no les importan mucho. La gente les da ropa y yo pienso: “Tampoco van a necesitar tanta”. En Viena se están vaciando los armarios de ropa vieja: un poco raro. Pero hay mucha gente a la que sí le duele lo que ocurre, porque Ucrania no está lejos de Austria y hay solidaridad auténtica. En la política, sin embargo, no la veo, porque si su interés fuese la ausencia de refugiados, no estaría apoyando una parte del conflicto y enviando armas. Al sistema no le interesa la paz.
México ha sido el escenario del documental ‘La piedra en el zapato’, en el que estás trabajando. ¿Cómo se fraguó este documental?
El proyecto arrancó en 2015 a raíz de los 43 estudiantes desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 en Ayotzinapa. Un mes o dos después empezaron a llegar a Viena estudiantes y artistas mexicanos, que se reunían y manifestaban su malestar ante este caso de violencia: la desaparición de los 43 estudiantes fue la gota que colmó el vaso en tanto a la violencia en México. Empezamos a hacer eventos y a pedir explicaciones y yo a preguntarme sobre el sistema educativo: se hablaba de los estudiantes pero no del sistema educativo. Y es que ese sistema es bastante peculiar: viene de la época revolucionaria, de cuando, en México, triunfó la primera revolución socialista.
Las escuelas normales son un tipo de internado donde chicos y chicas de las zonas rurales, van a estudiar a estos sitios durante cinco años. No solo les dan la educación académica para ser maestro o maestra, sino que le dan los otros cuatro ejes de conocimiento: cultural, deportivo, módulo de producción y político. Este último eje, el político, es el más importante, porque se forman como sujetos históricos que deben entender su mundo para poder cambiarlo. Es una educación amplia y estos jóvenes aprenden de política, de filosofía, saben cómo criar animales, cómo cultivar el campo, cómo solucionar problemas jurídicos, saben de medicina y saben de las tradiciones.
¿Qué reminiscencias de la revolución mexicana te pareció encontrar en esas escuelas normalistas?
Son super herméticas: ahí no entra ningún medio de comunicación. Estuvimos en Tiripetío (Michoacán), que en mayo de 2022 cumple 100 años, y es de hombres. Son 550 chicos. Ellos mismos mandan y organizan en la escuela: ellos ponen y quitan al director, ponen y quitan a los maestros y todo el trabajo que conlleva. Todo el trabajo lo llevan a cabo los estudiantes: limpiar, pintar, conseguir recursos económicos. Este movimiento magisterial en México es un bastión de resistencia que no han podido desmembrar. Yo he visto cómo las autoridades mexicanas han metido a gente en la cárcel ilegalmente. Entonces, se llaman y se organizan entre ellos y van y los sacan.
¿Guardas alguna anécdota durante la producción con los docentes protagonistas del documental?
Cuanta más presión reciben más se deciden los normalistas a defenderse. Y no se defienden llamando a la prensa. Cortan autopistas, secuestran camiones de empresas grandes como Coca Cola o Bimbo. Pueden ser 10 o 15 camiones, les sacan la mercancía y solamente los liberan tras hablar con los políticos. También paran trenes poniendo coches en las vías, para presionar y sacar a su gente de la cárcel. Este tipo de cosas son las que en México siempre se manipulan para tacharlos de vándalos y de delincuentes.
La mayoría de la opinión pública mexicana se posiciona en contra de los normalistas y la mayoría de la prensa privada está en manos de las élites. Claro, se habla de ellos, no con ellos
Latinoamérica tiene muchas tensiones políticas que la atraviesan, ¿Qué otros trabajos audiovisuales te gustaría hacer allí? ¿Qué otros movimientos sociales te interesan ?
Los estudiantes en Chile y en Colombia con la resistencia campesina y afrocolombiana en las zonas rurales y con la teología de la liberación. En Argentina la lucha sindical también me interesaría. En México, hay otros grupos guerrilleros que no se conocen bien como el ERP.
¿Cuál es el mejor documental que ha visto?
El mejor documental ‘Cuando éramos reyes’, sobre Mohamed Alí.
¿Tú peor experiencia en el mundo audiovisual? ¿Y la mejor?
Quizás perder cuatro años con el proyecto de los estudiantes normalistas en México, hice toda la producción, pedí dinero, subtitulé 70 horas de material y mi editor desapareció. Empezó a darme largas y eso me deprimió: tuve que empezar de cero porque perdí todo ese material. ¿Lo mejor? Conocer a algunas personas, estar viviendo de tú a tú con personas que no hubiese podido conocer nunca de otra forma, de otros círculos, ser bienvenidos, convertirme en camarada, que te acepten, la confianza.
¿Un lugar en el mundo?
México y Palestina
En cuanto a la producción de una película… ¿Dónde consideras que está la clave para que sea viable la realización de un proyecto? ¿Qué factor es decisivo para decir: “venga, vamos a hacerlo”?
La financiación. Estoy intentando desarrollar un sistema nuevo, que no sea estatal, que no sea de televisión, no veo otra salida.