Millones de turistas visitan cada año Egipto. Bajo el sol sofocante admiran las pirámides, recorren el antiguo mercado de Khan el Khalili y atraviesan la nación en barco, por el Nilo, pasando por los templos en Luxor y Asuán, en el sur. Durante todo este recorrido, permanecen ajenos a la cada vez más asfixiante opresión de la dictadura militar egipcia, que le ha valido al país de los faraones el título de “cárcel al aire libre”, otorgado por Amnistía Internacional.
¿Por qué cuando los altos mandatarios europeos se reúnen con el Gobierno egipcio en los paradisíacos balnearios de Sharm el Sheikh –como ocurrió en febrero de 2019– no hay protestas multitudinarias ni llamados al boicot, como sí ocurre con países como Arabia Saudí? La actitud de los gobiernos del mundo se suele atribuir a que ven al excomandante del ejército –ahora presidente– Abdelfatah al Sisi como una baza de estabilidad para el convulso Oriente Medio y el Norte de África, y como un tapón para la migración que se desborda hacia Europa. No en balde, durante una reunión bilateral entre los mandatarios de Egipto y EEUU el pasado septiembre, Donald Trump entró a la sala exclamando “¿¡Dónde está mi dictador favorito!?”.
Mr. Trump looked over a gathering of American and Egyptian officials and called out in a loud voice to Sisi: “Where’s my favorite dictator?” https://t.co/AmrOkCzHKy
— Josh Dawsey (@jdawsey1) September 13, 2019
¿Pero y los ciudadanos de países democráticos? ¿No saben nada de esto? Si bien existe la labor incansable de algunos periodistas locales y de los corresponsales internacionales en el país, gran parte de la desinformación se debe a que los medios de comunicación egipcios han sido callados, intimidados, y prohibidos hasta aplastar cualquier voz de disidencia. Y, desde que Al Sisi dio el golpe de Estado que lo llevó al poder en 2013, la mano dura no ha hecho más que apretar.
La gran mordaza
En septiembre, Transversal contactó con varios periodistas egipcios de medios públicos y privados para preguntarles si habían experimentado censura –externa o autoimpuesta–. Ninguno se atrevió a hablar. La situación política estaba más tensa que de costumbre: el 20 de septiembre, el hartazgo de la población por la represión, la corrupción y las medidas de austeridad desbordó el muro del miedo y generó unas protestas que –aunque limitadas– no se veían en años. Durante días, El Cairo se llenó de soldados, policías, y agentes encubiertos que retenían y hasta revisaban el teléfono de los transeúntes. Más de 1.900 personas fueron detenidas sólo en la semana siguiente, según informó la ONG Comisión Egipcia para los Derechos y las Libertades. De inmediato, el Gobierno envió un comunicado a los corresponsales internacionales pidiendo que sólo reportaran “lo que vieran con sus propios ojos” y que “incluyeran el punto de vista del Estado”.
Aquí el comunicado que las autoridades egipcias han enviado a los corresponsales extranjeros acreditados en Egipto. El régimen quiere dar lecciones de periodismo pic.twitter.com/e5IVVcNQH1
— Francisco Carrión (@fcarrionmolina) September 22, 2019
La mordaza del régimen es grande. Lo suficiente para silenciar casi por completo a los más de cien millones de egipcios que pueblan el país africano. Tanto es así, que en este año Egipto ocupó el puesto 163 de 180 países en el Índice Mundial de Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras (RSF). Según explica a Transversal la encargada del departamento de Medio Oriente de RSF, Sabrina Bennoui, existen varias formas por las que el régimen controla la información. Por un lado, es dueño de una gran cantidad de medios, donde se contratan periodistas leales y se despide a los “no leales”. “La mayoría de los dueños de medios son empresarios que demuestren su lealtad a la autoridad ejecutiva para mantener su negocio funcionando. Aquellos que todavía no se han sometido están siendo presionados para que vendan sus acciones a empresas mediáticas con lazos más estrechos con régimen de Al Sisi”, explica.
Además, la amplia censura a la que se ven sujetos socava sus ingresos y los hace inaccesibles para las grandes audiencias, indica por teléfono Hussein Baoumi, investigador de Egipto para Amnistía Internacional. “Los medios independientes que quedan se dan cuenta de que tienen que caminar muy cuidadosamente por unas líneas rojas en constante cambio o, de lo contrario, enfrentarán repercusiones que pueden incluir arrestos. Finalmente, los constantes y continuos arrestos y persecuciones contra periodistas han provocado una autocensura masiva por miedo a detenciones arbitrarias, juicios injustos, y posibles desapariciones forzadas y tortura”, relata Baoumi.
Todo esto ha llevado a Egipto a competir con China, Turquía y Arabia Saudí en el ránking de los Estados que más encarcelan periodistas. El Comité para Proteger Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) calcula que son 26, poniendo al país del Nilo en tercer lugar. Por otro lado, Reporteros Sin Fronteras registra 31 periodistas y 5 periodistas ciudadanos en prisión, sólo por detrás de China. El último golpe en esta larga lucha contra la prensa libre ocurrió en la mañana del pasado 24 de noviembre, cuando los agentes de seguridad allanaron el último medio independiente de Egipto, Mada Masr. Pero este tipo de acciones contra las redacciones son comunes, tal como recuerda Azab, antiguo estudiante Periodismo en la Universidad de El Cairo. Hace algunos años, cuando los medios empezaron a caer uno a uno, él hacía sus primeras prácticas en uno de los periódicos más importantes de Egipto. Una mañana, Azab llegó a la redacción y encontró, extrañamente, la puerta cerrada. Le dijeron que la policía estaba adentro, y que el editor había sido arrestado la noche anterior. “Me di la vuelta, y no volví. Desde entonces me dedico a otra cosa”, explica a Transversal en el barrio Dokki, en Giza. Azab se besa las manos, mira al cielo y sonríe: “¡Gracias a Dios soy libre: ya no soy periodista!”.
Mapamundi del Comittee to Protect Journalists (CPJ) que destaca los 26 periodistas encarcelados en Egipto en 2019 | CPJ