Ambos candidatos ponen de manifiesto varias cuestiones. Primero, el hartazgo de la sociedad colombiana con respecto a la política tradicionalista, las viejas estructuras partidarias y el uribismo. No obstante, esto no quiere decir que dicho sustrato político no exista, como dan cuenta los resultados de las elecciones legislativas del pasado mes de marzo, pero responden a la necesidad de renovar el color de un gobierno que, desde dos décadas, ha tenido al expresidente Álvaro Uribe como un innegable punto de referencia. El segundo elemento tiene que ver con el espacio político que el Acuerdo de Paz con las FARC-EP ha abierto para una izquierda que, en la última década, paulatinamente, ha ido ganando enteros. La centralidad de la violencia, durante décadas, opacó ciertos reclamos sociales y limitó la movilización social y la protesta de manera que, desde 2016, y como han evidenciado algunas movilizaciones multitudinarias de 2019 y 2021, han permitido ofrecer una posición central a aspectos tales como la educación, la vivienda, el empleo, la salud o el sistema fiscal colombiano.
Estos dos elementos, empero, deben relativizarse como elementos de ruptura. En política todo cambio se inscribe en transformaciones de largo aliento y, por tanto, no se puede pasar por alto el arraigo, en millones de colombianos, de una cultura política casi parroquial, en donde el discurso machista, clasista y racista –a lo cual contribuye la migración masiva de venezolanos en el país– encuentra en Rodolfo Hernández un candidato con el que simpatizar. De hecho, la propia forma de hacer campaña del “ingeniero” responde a una ausencia de cultura cívica sólida. Su ausencia en los debates políticos, su forma de hacer política a golpe de tuit y vídeo en TikTok, y un conjunto de propuestas, muchas de ellas demagógicas, mayormente contradictorias y sin gran solidez, y que cuestionan algunos pilares básicos del sistema, terminan disfrutando de una audiencia que parece no demandar más para sus necesidades como ciudadanía.
Lo anterior no es nada fácil de lidiar para Gustavo Petro. Su agenda, centrada en el fortalecimiento institucional, la progresividad fiscal, la redefinición del concierto territorial o la recuperación de una agenda integral de paz, si bien conformarían una suerte de ideario socialdemócrata clásico, tiene serias dificultades en la articulación de un debate de ideas y programas clásico. Especialmente, porque frente a la demagogia insolente de Hernández, la disputa íntegra que se le presume a la democracia tiene serias dificultades. Demanda de un esfuerzo de la ciudadanía y de una corresponsabilidad de los adversarios en la construcción de la democracia deliberativa que idealiza Habermas y que parece ausente en Colombia.
Más allá de la crisis de representación, de partidos y de la democracia, que es extensible a otros muchos países del continente y del planeta, si Gustavo Petro quiere ser presidente necesita priorizar tres aspectos básicos. Primero, intentar movilizar a aquellos sectores afines y, muy especialmente, a aquellos territorios que en primera vuelta ratificaron su candidatura. Su victoria en 18 de los 32 departamentos responde a lógicas que ya se observaron en las elecciones de 2018 e, incluso, en el plebiscito por la paz de 2016, de manera que he ahí un primer elemento que considerar. Segundo, debe intentar persuadir a los sectores más moderados, inicialmente votantes de la Coalición Centro Esperanza. Si bien Sergio Fajardo, como era de esperar, se ha desmarcado de su apoyo a Petro, otros muchos no han dudado en sumarse al candidato del Pacto Histórico. Se ha echado en falta mayor respaldo de figuras como Juan Manuel Santos, pero consolidar esa imagen de programa socialdemócrata clásico, con las ventajas que ello puede suponer en un país que siempre ha estado gobernado por el conservatismo, debe ser un instrumento de atracción para el voto liberal que nunca votaría a alguien como Hernández. Finalmente, y es algo que se ha realizado en estos días, es fundamental mostrar las carencias y limitaciones del programa de Hernández, basado en premisas casi falsarias, de difícil o peligrosa viabilidad. Esto, porque frente a los programas demagógicos, las segundas vueltas más extensas en el tiempo terminan siendo una dura losa que alimenta la pérdida de votos.
Habrá que ver qué sucede, pero si bien muchas de las voces daban, y siguen dando ganador a Hernández, el tiempo corre en su contra y, muy posiblemente, en parte, por todo lo anterior, el próximo ocupante de la Casa de Nariño sea el primer presidente progresista en décadas de democracia en Colombia: Gustavo Petro.