Los becarios hacen piña rápidamente y con cualquier pretexto. Si alguno sale a fumar, otro lo acompaña, o se lo encuentra ya afuera; si pueden, se paran cuando se encuentran por los pasillos y se preguntan qué tal, o se dan una palmada en el hombro; e intentan juntarse todos en el descanso para ir a comer. Ellos siempre hacen por reunirse, se cuentan dónde han estudiado, dónde han trabajado antes y qué han venido a hacer aquí. En las conversaciones aparecen conocidos en común, de la facultad, de las ciudades donde vivían; entre ellos germina una estrecha camaradería.
Los becarios hablan pero no confabulan ni planean boicots, no son la resistencia francesa ni preparan la fuga de Alcatraz. Por supuesto que cuchichean, que maldicen a quien los trata mal, que se quejan del trabajo que les han endosado a última hora y se lamentan por aquello que les ha salido mal. Pero en esa charla no subyace ningún tipo de rebelión, el conjunto es más bien como una terapia en grupo donde los semejantes comparten sus problemas, que son los mismos que los del resto. Así se desahogan, así se animan.
Hoy nos ha dejado uno de los grandes, que no dudó nunca en denunciar la (pobre) situación de algunos #becarios.
— Locos por las Becas (@LocosxBecas) February 22, 2018
¡Hasta siempre, Forges! :( pic.twitter.com/oYgzDg95iv
Un millón y medio de ‘becarios’ sin contrato
Es casi imposible establecer una cifra concreta de becarios. No hay ningún censo oficial que agrupe y cuantifique a las personas inscritas en cada una de las categorías y múltiples variantes de las fórmulas contractuales de prácticas y los convenios universitarios de becas de formación.
En 2018, con los números disponibles del año anterior, el sindicato Comisiones Obreras (CCOO) extrajo datos de diversos organismos públicos e informes oficiales – como la Tesorería General de la Seguridad Social, el Ministerio de Educación, etc.–, para intentar construir ese registro de becarios y agrupar las cifras, dispersas entre la enorme madeja burocrática sobre esta cuestión.
Atendiendo a lo que publica el sindicato, en España hay aproximadamente un millón y medio de personas haciendo prácticas sin haber firmado ningún tipo de contrato. Si se tiene en cuenta el número de ocupados ese año en España, que ofrece la Encuesta de Población Activa (EPA), esa cantidad supone que hay un trabajador en prácticas por cada 15 que está contratado y en plantilla. Por el contrario, no llegan a 200.000 quienes hacen prácticas habiendo firmado algún tipo de contrato de formación. Además, avisa CCOO, falta por contabilizar a las personas que entran a trabajar como becarios sin que sus centros de estudios lo sepan, es decir, a través de anuncios publicados directamente por las empresas.
También @Forges retrataba con mucho humor a nuestros queridos #becarios. En @BibliotecaUCLM contamos los días para volver a tener aquí a los becarios de colaboración. pic.twitter.com/dzFL0V1OYJ
— Biblioteca UCLM (@BibliotecaUCLM) February 22, 2018
Solo 3 de cada 10 becarios encontrarán trabajo
El becario siempre es a quien le toca perder. No es ajeno a su situación, sabe perfectamente que se están aprovechando al máximo de su motivación y su necesidad. Lo que no sabe, o no quiere saber, es que solo 3 de cada 10 becarios consigue después un contrato, y eso que esta fórmula de trabajo semiesclavo ha crecido un 350% en menos de cinco años. No son datos que sorprendan: ¿Por qué iba una empresa a asumir los gastos que acarrea contratar a alguien pudiendo prender y desechar becarios eternamente, que hacen el mismo trabajo por muchísimo menos dinero que un trabajador en plantilla? El negocio es redondo.
Así que el becario firma “las prácticas”, porque piensa en el futuro, en que ahora ha conseguido meter la cabeza y puede que eso le dé más posibilidades para encontrar trabajo luego. Por eso acepta las condiciones y va a trabajar, aunque no debería ir a eso, y hace sus horas —muchas veces hace más de las que ha firmado—, y se guarda los 300 euros –si llega– que le dan al final de mes. Y se calla.
Junto con la desregulación legal y las empresas —que aprovechan el descontrol para tener mano de obra prácticamente gratis—, a los becarios se les suma como enemigo el desconocimiento de sus derechos laborales. En numerosas ocasiones, y en el momento en que lo escogen para hacer prácticas, el estudiante suele desconocer cuáles son los pocos derechos que lo asisten. También sucede que, si está al tanto, no cuestiona su incumplimiento para evitar que lo señalen o que le cancelen el convenio.
Trabajar gratis o, lo que es lo mismo, por 2 € la hora
Las cifras también señalan que 3 de cada 5 becarios trabaja gratis, y entre los que tienen la suerte de cobrar —las retribuciones raramente superan los 2 euros la hora—, el 80% reconoce que con su pírrico ingreso no les da para cubrir gastos básicos como transporte, alimentación, ropa, y ya no hablemos del alquiler.
En este asunto, de nuevo, la legislación se desentiende del becario ya que las empresas que se acogen a los convenios de “prácticas” con las universidades ni siquiera están obligadas a pagar a los estudiantes. Esto implica que los que trabajan gratis tampoco cotizan a la Seguridad Social, ni su trabajo aparece reflejado en vida laboral alguna.
Con mucha frecuencia ocurre que, como acaban sus “prácticas” en una empresa y no se quedan trabajando allí, los becarios van enlazando todos los convenios que pueden mientras tienen el expediente académico abierto, es decir, mientras están matriculados. De esta forma continúan ganando experiencia y, como quien compra números de lotería, ruegan a la suerte que esta ocasión sea la que culmine con un contrato de verdad. El resultado es que cada vez más jóvenes sobrecualificados y con experiencia de sobra continúan resignándose a ser becarios o pagando cursos de dudosa rentabilidad para poder seguir haciendo prácticas y mantenerse dentro de ese circuito de trabajo apenas reconocido por las empresas ni por la legislación. Ya hay casi un 20% de becarios mayores de 30 años.