La crítica cinematográfica es una de las especializaciones periodísticas más difíciles de dominar. Enfrentarse a un papel en blanco con el objetivo de llenarlo de palabras que expresen la sustancialidad inherente a toda obra de arte es una tarea que, a priori, suscita cierto temor. Cuando se mira al abismo de la creatividad el crítico se pregunta: ¿Expresaré bien lo que me ha transmitido esta película? ¿Recogeré todos los elementos importantes para que quien me lea pueda comprenderlos? Fallar en estos puntos supondría un fracaso intelectual para el especialista que se supiese poseedor de la fórmula más adecuada para comunicar un mensaje. Sin embargo, debemos ser sensatos: a la buena crítica de cine solo se llega a través de la constancia, la práctica y el estudio de los componentes cinematográficos. La perfección solo es una utopía, y lo máximo que podemos hacer como periodistas es acercarnos a ella a través de la perseverancia y el aprendizaje.
Si bien no hay una fórmula concreta para escribir crítica de cine (al fin y al cabo hablar sobre arte convierte al transmisor en un artista que vehicula un mensaje de manera subjetiva y libre), sí se pueden seguir ciertas pautas para que un texto crítico cualquiera se transforme en un discurso bien estructurado y coherente. Como la lista de recomendaciones es muy vasta, me resulta imposible enumerarlas y explicarlas todas en una sola entrada. Confío en que el cada vez mayor número de estudiantes de periodismo interesados en materias cinematográficas y la propia relevancia del tema sean suficientes para crear debate y permitirme continuar con esta serie de apreciaciones. Tiempo al tiempo. No se puede construir la casa por el tejado.
La humildad del periodista
Lo primero que debe preservar el crítico de cine es la humildad. Habitualmente uno abre el periódico o entra en su web de cine favorita y se encuentra con un despliegue de adjetivos ubicados aleatoriamente en frases de tres, cuatro y hasta cinco líneas. Términos extraños, inusuales, que pretenden ser un expositor de la sabiduría del emisor; un “mira cuántos latinajos he aprendido y qué bien puedo utilizarlos”. Recuerdo cuando, en las clases de análisis cinematográfico, el profesor nos ponía ejemplos de malas críticas de cine publicadas en medios de comunicación generalistas, donde se podían leer frases incoherentes que desvirtuaban el mensaje. Eran visualmente hermosas, sí, y hasta guardaban cierta fluidez, pero carecían de significado. Uno las leía y se preguntaba: “vale, bien, sí, perfecto… ¿pero qué demonios quiere decir?”.
Cuando alguien lee una crítica y no entiende nada es porque el crítico de cine es un mal comunicador. Probablemente sepa mucho de cine, pero no sabe transmitirlo a la audiencia. Recordemos que el periodismo, en todas sus vertientes, debe ser comprensible para cualquier ser humano, independientemente de su nivel cultural. Igual que una obra de arte está abierta al gran público para que cualquiera pueda recibirla con los brazos abiertos, la crítica fílmica debe poner de relieve el valor de una pieza artística y, si procede, explicarla. El objetivo es conseguir un lenguaje elocuente y natural lleno de términos estratégicos que le den ritmo y brillo al texto.
Los adjetivos innecesarios
Hay que optar por la sencillez. Eliminar los adjetivos de relleno, como el “impresionante”, el “maravilloso”, el “espectacular”, el “soberbio”, el “descomunal”, el “increíble”, todos tan usados a la ligera, y dejar paso al verdadero significado de aquello que se quiere transmitir. En vez de escribir “la impresionante película de Paul Thomas Anderson despierta toda clase de sentimientos maravillosos” (que viene a significar... ¿nada?), se puede optar por algo más eficaz: “La última película de Paul Thomas Anderson, El Hilo Invisible, conjuga una narración clásica con la historia de amor turbulenta de dos personajes complementarios: un artista frustrado que prefiere aislarse emocionalmente antes que abrirse a los demás y una mujer corriente cuyo objetivo es dar el cariño que nunca ha recibido”. Es una frase larga, compleja, pero que recoge una idea sin decorarla con complementos innecesarios.
También conviene huir de los gerundios —esto es extrapolable a cualquier texto periodístico—, que suelen utilizarse a la ligera porque los escuchamos a diario. El mal crítico de cine, en su desesperada búsqueda de embellecer los textos periodísticos para parecer más culto, introduce toda una serie de elementos rimbombantes que le chirrían a cualquiera que conozca los entresijos básicos del lenguaje. Ser claro y conciso no implica saber menos. Muchas veces la sencillez es más elegante que la recarga estética.
Claridad y concisión
Lo peor que se le puede preguntar a un crítico de cine al salir de la sala es "¿te ha gustado?". Habrá días que pueda responder con facilidad y otros que necesitará meditar lo que ha visto antes de dar una opinión bien formulada. Muchas veces nos gustan ciertas cosas sin saber por qué. Por eso es necesario desprenderse de las emociones y valorar objetivamente qué elementos tiene una obra para considerarla merecedora de nuestra atención. Si es capaz de despertar angustia, odio, amor o paz, no es solo necesario hablar de esa sensación, sino saber esclarecer qué lo ha motivado. ¿Un plano general con un travelling que se desplaza horizontalmente de manera muy sutil? ¿Una frase de un personaje? ¿El recuerdo de la protagonista sobre su infancia, que conecta con algo que vivimos nosotros cuando éramos niños? ¿La banda sonora? ¿La aparición de determinada franja de luz sobre un punto exacto de la imagen?
Como señala Álex Grijelmo en su manual “El estilo del periodista”, el crítico de cine debe razonar sus opiniones y no olvidarse de que su texto, al fin y al cabo, también contiene información. La amalgama de juicios de valor y datos objetivos con la interpretación de una obra artística convierte a esta rama del periodismo cultural en una de las más delicadas. Si se siguen una serie de criterios básicos a la hora de estructurar los contenidos y transmitir la información, la crítica se puede convertir en una puerta de acceso a lo trascendente.